sábado, 7 de abril de 2018

AUTORRETRATO

Niñez llena de risas jugando a ser mamá.
Feliz junto a un ángel, paseando cada día,
con rizados oros y ojos de curiosidad.
Era pequeña, pero con gran sabiduría.

Ahora adolescente no hago más que pensar.
Mi mente está en las nubes, mis ojos en la luna.
Paseo entre las olas plateadas del mar
con mi musa amada, que no cambio por ninguna.

Tengo cien demonios, mas mil ángeles me guardan.
Escribo versos largos en noches silenciosas.
Cuando algún mal sueño o sombra siniestra me atrapa,
saco mi ligera arma, vuelan flechas furiosas.

Leo con la mente, veo con mi joven alma,
río con mis ojos verdes, amo con la boca.
Vivo enamorada, sueño el día entero en calma.
Por estas razones muchos piensan que estoy loca.

Dos veces he llorado por aquel que se fue,
pero la espina del corazón no me he arrancado.
Soy metal forjado hasta para el que no lo ve;
también tiernos abrazos que a muchos he robado.

El día de mañana será mi amargo ocaso.
Dejaré bien escrito que he pisado esta Tierra,
antes de que en el lúgubre Hades dé en falso un paso.
Mientras, buscaré los secretos que el mundo encierra.

jueves, 26 de octubre de 2017

Frankenstein o el moderno Prometeo del siglo XXI: Décima parte

CORREO DIEZ

Para: lolilolita56@gmail.com

Asunto: Final


Querida Lola:

Aquí concluye la trepidante historia de mi querida Valda.

Estuvo pensándolo largo y tendido, y finalmente se decantó por donar a Dolly a la ciencia. La acompañé a un laboratorio, donde les explicó a los científicos cómo había construido el cuerpo (eso era lo menos interesante) y después de qué forma había conseguido que tuviera vida, consciencia e independencia. La gente que trabajaba allí se quedó tan sorprendida como yo, y le preguntaron a Valda muchas más cosas que no entendí; ya sabes, Lola, que a mí nunca se me dio bien la física ni la tecnología muy avanzadas. Se la veía feliz, a pesar de que su propósito no había llegado a cumplirse, pero que sonriera era lo más importante.

—¿Sabes? Podría acostumbrarme a ser famosa —bromeó cuando salimos a la calle—. Me gusta que me halaguen, como nunca lo han hecho…

Sus ojos dulces y del mismo color de la miel se paseaban sin ánimo por el suelo que pisábamos, en nuestro trayecto de vuelta al coche. La miré desde mi altura y sentí un cosquilleo en el pecho que me hizo sonreír.

—Eso podría cambiar a partir de ahora —tercié alzando una ceja, y ella me miró confusa—. No tienes una amiga como Dolly, pero tienes un amigo como yo. No es por ser egocéntrico, pero el cambio es bastante bueno.

Soltó una carcajada y me miró con suspicacia.

—¿En serio te consideras mi amigo?

—Me has contado tu vida, y aunque era por motivos de trabajo, has tenido el valor de confiar en mí, corriendo el riesgo de que saliera corriendo. Es lo bueno que tiene mi mentalidad abierta; por eso quise crear Hallazgos Insólitos, para dar a conocer buenas historias escondidas en los rincones más oscuros de la Tierra.

—Creo que eres justo lo que necesitaba —me regaló una enorme y cálida sonrisa, que no se comparaba a ninguna otra que hubiera visto.

Si algo se saca en claro de esto, Lola, y quiero que lo entiendas, es que la honestidad y la justicia son dos valores casi en desuso, pero tan vitales como el oxígeno para vivir bien. No debemos esperar a que se solucionen nuestro problemas, con la excusa de estar esperando la justicia, pero tampoco es nuestra tarea sacrificar a alguien o cometer locuras para estar bien, o para creernos que estamos bien.

Valda fue maltratada y quiso infligir el mismo daño en otros mediante la protección y fuerza de Dolly, pero la justicia le advirtió, antes de nada, que se estaba equivocando, y que su creación la ignoraba porque no debió haberle dado vida. Sin embargo, yo siempre digo que nadie es perfecto y que de todos los errores se aprenden; y, además, que la justicia siempre realiza correctamente su trabajo. Por eso, a Valda ya le ha llegado su justicia, su equilibrio en la balanza, y yo he encontrado el hallazgo más insólitamente hermoso del mundo.

Frankenstein o el moderno Prometeo del siglo XXI: Novena parte

CORREO NUEVE

Para: lolilolita56@gmail.com

Asunto: Desactivada


Querida Lola:

Espero que no pienses que todo lo que te estoy enviando es pura patraña, porque es completamente verídico. He sido testigo del perfecto funcionamiento de Dolly, la creación de mi amiga Valda. Si todo lo anterior te ha parecido increíble, espera a leer esto:

Cuando Valda acabó su narración, pausé la grabación del móvil y la miré de hito en hito, boquiabierto, mientras ella se colocaba las gafas.

—Ahora comprendes que no quiera poner mi nombre en tu revista, ¿verdad? Cualquiera de mis antiguos compañeros se reiría de mí, o si no, la CIA me pegaría un tiro por ser demasiado inteligente y haber creado vida sin consultarles —sabía que estaba bromeando, pero yo no podía salir de mi estado de estupefacción absoluta.

—¿Qué…? ¿Y cómo? ¿A dónde…? Claro, no sabes… —tartamudeé.

—No, no sé a dónde ha ido. Tendrá amigos, cosa que ha conseguido en unas semanas de vida, la misma cosa que a mí me ha costado décadas. Si bien es cierto que no le puse mucho empeño en la Universidad… —torció el gesto y se encogió de hombros.

—¡Es… sencillamente… alucinante! —proclamé asombrado—. ¿Qué piensas hacer? ¿Quieres recuperarla? ¿No deberías desactivarla? Si alguien la encuentra y conoce la verdad…

—Tienes razón —asintió con la cabeza—. Vas a ayudarme a secuestrarla.

—¿QUÉ?

El plan fue simple. La ejecución, no tanto. Valda me había dicho que sabía cómo localizar a Dolly por un chip incrustado en su cerebro junto a otros aparatos, así que encontrarla fue fácil. Estaba en una cafetería, acompañada de una pareja de su edad, que conversaban animadamente con ella mientras tomaban chocolate. Bueno, Dolly no lo tomaba.

Valda me había dicho que debía darle un golpe en la cabeza para que los cables se moviesen de sitio y fallase la conexión del microprocesador y las otras partes del cuerpo. De este modo, parecería que Dolly se había desmayado, y yo me ofrecería a llevarla al hospital, pero la llevaría a casa de Valda. Ella no podía realizar esto porque Dolly la reconocería, claro.

Parece de película de ciencia ficción, pero esto es tan real como que llueve hacia abajo. Me hice pasar por camarero y, cuando pasé cerca de su mesa con la bandeja en la mano, llena de copas y tazas (vacías y llenas), la acerqué a su cabeza dándole un buen coscorrón.

Hice el paripé de la preocupación, pidiendo un millón de veces disculpas, y antes de que ningún otro camarero de verdad se acercara a ver el percance, me ofrecí a llevar a Dolly, que estaba medio inconsciente, al hospital. Les aseguré a sus acompañantes que podrían verla pronto.

Me llevé a Dolly en brazos, la metí en mi coche y conduje rumbo a casa de Valda. Ella me estaba esperando en la calle, y me hizo señas para que no bajara del coche. Traía consigo una bolsa grande, la cual, deduje, serviría para meter a Dolly y que nadie viera la cara de la vecina difunta en un cuerpo nuevo. Esa parte de la historia, la más escalofriante y angustiosa, es la que menos me gusta, por supuesto.

Una vez en casa, Valda desactivó a su creación por completo, y cuando reinó la paz en nuestros desbocados corazones, en la casa y en la conciencia de Valda, ambos nos echamos a reír.

Frankenstein o el moderno Prometeo del siglo XXI: Octava parte

CORREO OCHO

Para: lolilolita56@gmail.com

Asunto: Despedida

Esta historia finaliza dos meses después de esto, es decir, hoy mismo —siguió narrando Valda—. Esta mañana he encontrado una nota en la cocina, en la cual decía que se marchaba porque yo había ignorado sus advertencias sobre las limitaciones y que no debía obligarla a hacer nada contra su voluntad.

Estallé como una maníaca, comenzando a romper cada objeto que veía. Lo había hecho. Me había abandonado. ¡Yo le había dado la vida y ella me había hecho desdichada! Salí a la calle en pijama y corrí por toda la avenida en su busca. No sabía a dónde podría haber ido, así que estuve media hora corriendo sin rumbo fijo, empujando a quienes se interponían en mi camino. No me importaba nada, solo quería recuperar lo que era mío.

Después de dar mil vueltas, me dirigí al Park Fiction, y allí andaba, dando un paseo matutino, con sus andares gráciles, pasando desapercibida, sin que nadie sospechara que era en realidad una aberración de la naturaleza. Era, sin embargo, de lo que más me sentía orgullosa, a pesar de que me hacía daño que no quisiera estar conmigo. Me parecía injusto; si yo le había dado la vida, ¿por qué no me hacía caso y me respetaba y quería como yo se lo ordenaba?

—¡No seas idiota, Dolly, nadie te aceptará nunca! ¡Te ocurrirá lo mismo que a mí! El humano es cruel y egoísta…

—Ya me he dado cuenta —soltó con un gesto de desprecio y molestia.

—¿Qué quieres decir? —espeté indignada. Dolly suspiró y negó con la cabeza.

—Te lo repito por enésima vez: de verdad te quiero. Pero no puedes obligarme a permanecer a tu lado para siempre. Ahora que tengo independencia, quiero conocer más cosas que un cuarto piso de Aldona junto a mi creadora. Te tengo mucho aprecio, Valda Frankenfeld: has sido la primera persona en crear vida inteligente y que se vale por sí misma, pero si no me dejas libre, tendrás consecuencias —soltó de carrerilla.

—Comprendo que tengas una inmensa curiosidad por el mundo nuevo que se extiende ante tus ojos, pero ¿qué problema hay en que lo compartas conmigo? ¿No es injusto tu criterio? ¿No merezco tu cariño incondicional y eterno después de haberte concedido el milagro de la vida?

—He percibido en ti algo que no me gusta. No sabría explicar qué es, pero siento que no debería estar a tu lado, porque a la larga, serás perjudicial para mí —sentenció con voz firme.

—¡¿De qué hablas?! ¡No soy un animal salvaje! —me exalté, dolida.

—El ser humano sí es un animal salvaje, el más salvaje que he conocido hasta ahora. Y creo, sin lugar a dudas, que eres una persona egoísta, rencorosa, excéntrica y corrupta. Has estado toda tu vida encerrada en ti misma, y aunque sufriste burlas que nadie merece, querer vengarse tan sanguinariamente como tú querías no es racional. La amarga rabia que produce el rencor, y que desencadena una trágica venganza, ha corrompido tu alma buena, y tu mente ha estado manipulándote para llevar a cabo atrocidades. ¿Crees que no sé de dónde vengo? No tenemos vecina de abajo.

—¡Tú debes ser mi amiga, mi fiel protectora; no me hundas más en el desasosiego solitario!

—Tú misma te hundes. Reflexiona sobre ello.

Seguimos discutiendo hasta que se cansó de mí definitivamente, y me dijo que me deseaba mucha suerte en la vida, pero que ella no había sido creada para ser la cuidadora ni la amiga de nadie; ella tenía opinión propia y sus decisiones debían ser respetadas. Sabía que tenía razón, que yo había obrado mal, que había maquinado planes muy macabros, y a pesar de que no los había ejecutado, mi mente había jugado conmigo y me había trastornado. Y cuando me convencí de que era el monstruo que soy, me acometió un profundo sentimiento de pena y mortificación.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Frankenstein o el moderno Prometeo del siglo XXI: Séptima parte

CORREO SIETE

Para: lolilolita56@gmail.com

Asunto: Separación


Los días y las semanas pasaron. Nunca me había sentido tan dichosa como con Dolly a mi lado. Nadie la miraba mal por la calle; era una muchacha rubia, alta, de preciosos ojos celestes, cálida sonrisa y carácter agradable. Analizaba su alrededor con mirada benevolente e interesada, sonriendo al piar de los pájaros, la risa de la gente, el sonido de las hojas rozando el suelo.

Estaba en una nube de felicidad tan abrumadora que pronto mis deseos de venganza se disiparon. Gracias a Dolly, lo admito, no cometí ninguno de los malvados planes que había tenido en mente durante años. Pero supongo que la justicia, que no pierde el tiempo en contemplaciones, hizo su buen trabajo conmigo, al producir el desvanecimiento de mi nueva y perfecta vida. Pronto Dolly se cansó de mí, y quiso conocer a más gente. Alegaba siempre, al salir de casa, que quería documentarse de cualquier cosa que pudiera, para obtener más educación y conocimientos. Le gustaba la gente y quería conocer a más, no solo compartir chocolates calientes conmigo, cuando nos quedábamos charlando en casa en las tardes heladas.

Era comprensible que su curiosidad aumentara conforme iba conociendo más a fondo los secretos del mundo, pero me sentó francamente mal que quisiera «descansar de mí» al poco tiempo.

De todas formas, me expresó sus sentimientos antes de abandonarme, y aquí reproduciré sus palabras:

Sé que es muy complejo para cualquier humano comprender mi situación. Soy un ente consciente e inteligente, con la capacidad de comunicarme y moverme a mi libre albedrío; he adquirido dichas aptitudes nada más «nacer», o mejor dicho, nada más tener vida. También es complicado para mí explicar cómo me siento. Tengo mucho vocabulario en mi sistema, pero aunque fuera letrada, tampoco podría explayar mis sentimientos en las vanas y simples palabras que ofrecen las lenguas.

La blancura impoluta de la nieve, la fuerza impetuosa del viento, el terrible cosquilleo que produce el frío, la sana calidez proyectada por el sol, los leves cánticos armoniosos de las aves, la perseverancia del humano en sus trabajos, la forma en la que cada una de las pequeñas partes que componen el mundo funcionan en perfecta y asombrosa sintonía, son todo elementos que me hacen sonreír. Soy medio robot y medio humana, híbrida, lo sé; por ende, tengo las ventajas (y también los defectos) de cada parte.

Los humanos son inteligentes y emotivos. Por eso puedo pensar más analíticamente que ellos (por mi parte robótica), pero estoy segura de que mis sensaciones son más vívidas e impactantes que las suyas. Cada una de las cosas que he descrito hacen que mi piel cosquillee (y los cables vibren), y todo ello me hace feliz. La gente, distinta a mí, también me despierta curiosidad, por eso, Valda, no quiero estar siempre contigo. No es nada personal, no te odio; de hecho, te agradezco de todo corazón (ese del que carezco) por haberme dado vida y haberme enseñado tanto. Muchas gracias, creadora mía; siempre te estaré agradecida, siempre te recordaré como mi Gran Hacedora, pero lo triste es que no estaré a tu lado hasta que te mueras.

Ahora que tengo vida, creo que es justo que me dejes vivirla como yo lo decida, y que no me limites, porque las limitaciones son las causantes de que una relación se vuelva tóxica, y no quiero que el ácido nos corroa, ni a ti ni a mí. No me ates corto y déjame libre, Valda, y será mejor para ambas.

Frankenstein o el moderno Prometeo del siglo XXI: Sexta parte

CORREO SEIS

Para: lolilolita56@gmail.com

Asunto: Dolly


Cuando lo consideré oportuno, activé a mi creación y esperé durante unos eternos segundos a que todo el sistema comenzara a funcionar. El robot permanecía tumbado mientras movía los dedos de las manos, rotaba a los lados sus tobillos y trataba de mover los músculos de su cara. Abrió los ojos, que eran de un azul reluciente, y retrocedí unos pasos por la impresión. Entonces tosió, frunciendo el ceño, y lentamente se incorporó en la mesa hasta quedar sentada. Me miró con atención y curiosidad.

—Hola —saludé en un hilo de voz.

—Hola —contestó con tono dulce. No era una voz robótica, ni siquiera parecida a la de Siri o la de un traductor.

—Me llamo Valda Frankenfeld, y tú eres Dolly —informé hablando despacio.

—Entendido —asintió—. Me siento muy viva —comentó feliz, alzando levemente las comisuras de sus labios—. Quiero descubrir mi entorno. ¿Puedo… dar un paseo?

Me quedé mirándola con asombro. Aún me parecía inverosímil que yo, la excluida inútil, hubiera creado vida en tan poco tiempo. Había pasado una década, bien, pero de todas formas era increíble. Estaba interactuando conmigo como si fuese una persona normal. ¡Quería dar un paseo! ¡Dolly no sabía lo que era un paseo, pero relacionando conceptos, supo formar una petición para conseguir conocer el mundo!

Sí, en aquel momento no sabía si chillar triunfante o perder el sentido. Sin embargo, ahora me arrepiento de haber aceptado aquel paseo, porque le abrí las puertas al mundo exterior, tan peligroso como maravilloso. Iba a ser expuesta a la fría opinión de quien la viera, conocería los prejuicios crueles de los humanos, podría morir en un accidente si no miraba a ambos lados de la carretera, cabía la posibilidad de que no me protegiera como debía. ¡Había tantos riesgos…! En ese momento no lo pensé; solo lo hice.

—Claro que podemos dar un paseo —solté una risita nerviosa—. Pero antes tengo que explicarte tus funciones. Soy tu creadora y mi propósito es que tú te conviertas en mi compañera de aventuras inseparable, que pueda contarte mis secretos y problemas y tú me des consejos para resolverlos y para animarme, y que, sobre todo, tomemos juntas la venganza que tanto tiempo llevo esperando… Hubo mucha gente en el pasado que me trató mal, y ahora que te tengo a ti y soy por ello más poderosa que cualquiera de mis enemigos, podremos tomarnos la justicia por nuestra mano ¡y cortar de raíz el sufrimiento!

—Entendido —repitió, sin moverse de su sitio—. Analizo tu última oración. ¿Podrías explicarme la razón por la que quieres dañar a alguien que te hizo sufrir si ya no te afecta?

—¡Busca en tus conocimientos lo que es la justicia! Quizás me he expresado mal… —me toqué la barbilla pensativamente—. A veces la justicia es confundida con la venganza… La justicia es el castigo justificado, valga la redundancia, que pagas al haber cometido un error, hayas o no sido consciente de ello. Mas, la venganza, es una justicia forzada, en la que el atacante, antes víctima, quiere infligir sobre los malhechores un mal igual o mayor al que él ha sufrido. ¿Me captas?

—Mi base de datos no encuentra diferencias entre justicia y venganza. Tal vez acudiendo al diccionario sepa comprender tus palabras, Valda. Un segundo —cerró los ojos y los volvió a abrir—. Entendido.

—En fin, que vas a ayudarme. Es un trueque, quiero que lo interpretes como tal. Yo te doy la vida y tú alegras la mía.

—Entendido.

—¡Pues vamos a pasear!

lunes, 23 de octubre de 2017

Frankenstein o el moderno Prometeo del siglo XXI: Quinta parte

CORREO CINCO

Para: lolilolita56@gmail.com

Asunto: Creación




Después de salir de la Universidad, hice cursos de robótica y mecánica, pues consideré que me harían falta en mi ardua tarea de construir un amigo perfecto. Durante años, me dediqué a buscar materiales, dibujar planos, perfeccionar mis ideas y estudiar más a fondo los temas que había tocado superficialmente en la Universidad; reflexionándolo ahora, creo que me llevó más tiempo planificar que construir.

Cuando ya obtuve varios materiales con los que empezar a experimentar, traté de seguir los pasos que me habían enseñado en esos cursos de robótica, sobre cómo unir dos cables correctamente o hacer que una bombilla LED se encienda. Me fue mejor de lo esperado en este aspecto; mis manos manejaban tornillos y herramientas con una profesionalidad asombrosa. La parte tecnológica de mi trabajo fue la más fácil de ejecutar, por extraño que suene para quienes no tienen mucha idea de robótica.

Las extremidades y el tronco de mi creación las hice a partir de metales, soldados con precisión y cuidado según cada parte del cuerpo humano que quería reproducir. Conecté con cables lo que serían los brazos, las manos, las piernas, los pies y el tronco, todos unidos ordenadamente, cuya raíz se encontraba en una batería, la más potente que encontré. Esta se localizaba en el interior del cuerpo, bien sujeta a sus paredes, y ocupaba la mayor parte del abdomen.

Lo más complejo fue la cabeza. ¿De dónde sacaría una parte tan esencial pero tan complicada de encontrar?

La súbita muerte de mi vecina me otorgó la pieza que faltaba. Se suicidó tirándose por la ventana, cayendo al patio trasero de nuestro edificio. Gracias a que lo hizo de noche, a la gente le costó mucho reaccionar al ruido, y yo fui la primera en bajar y llevarme de allí el cuerpo, en un momento de ansiedad. Cegada por la necesidad miserable que corrompía mi buena voluntad, cometí un acto atroz y egoísta: cortarle la cabeza.

Tenía mi edad, y por suerte, la cara no había quedado del todo desfigurada por la caída. Para que no se pudriera, metí el resto del cuerpo en un congelador industrial que tenía en mi desván (ventajas de vivir en el último piso). Tras limpiar la sangre, cortarle el pelo y tomar muestras de sus tejidos, le abrí la cabeza para implantar en su cerebro otra pila (más pequeña) y un microprocesador (un elemento imprescindible en los ordenadores que se encargaría de todas las ejecuciones del cuerpo). También fui capaz de hacer funcionar sus oídos y su boca, de forma que, conectados al microprocesador, podían seguir siendo útiles. Añadí muchas aplicaciones para que pudiese hablar con propiedad, entender cualquier lengua, y una serie de conocimientos básicos,  e incluso algunos más elevados, para que pasase desapercibida si hablaba con alguien.

Levanté la piel de su rostro para introducir pequeños cables que debían ir unidos al nuevo cerebro tecnológico (el humano lo dejé en su sitio para compensar el peso). Pude clonar sus tejidos para incrustarlos en las partes más vistosas del cuerpo, las que no irían cubiertas de ropa, y los originales en partes más íntimas. El suicidio de la chica determinó el sexo de mi creación y dio el impulso para acabarlo por completo, pero, por supuesto, era un ente que no se podía reproducir ni sexual ni asexualmente. No necesitaba comer, y por tanto tampoco usar el baño, solo recargar su pila cada mes. Antes de activarlo al completo, comprobé que los dedos y las articulaciones se movían con normalidad, respondiendo a mis órdenes táctiles y sonoras.