CORREO NUEVE
Para: lolilolita56@gmail.com
Asunto: Desactivada
Querida Lola:
Espero que no pienses que todo lo que te estoy enviando es pura patraña, porque es completamente verídico. He sido testigo del perfecto funcionamiento de Dolly, la creación de mi amiga Valda. Si todo lo anterior te ha parecido increíble, espera a leer esto:
Cuando Valda acabó su narración, pausé la grabación del móvil y la miré de hito en hito, boquiabierto, mientras ella se colocaba las gafas.
—Ahora comprendes que no quiera poner mi nombre en tu revista, ¿verdad? Cualquiera de mis antiguos compañeros se reiría de mí, o si no, la CIA me pegaría un tiro por ser demasiado inteligente y haber creado vida sin consultarles —sabía que estaba bromeando, pero yo no podía salir de mi estado de estupefacción absoluta.
—¿Qué…? ¿Y cómo? ¿A dónde…? Claro, no sabes… —tartamudeé.
—No, no sé a dónde ha ido. Tendrá amigos, cosa que ha conseguido en unas semanas de vida, la misma cosa que a mí me ha costado décadas. Si bien es cierto que no le puse mucho empeño en la Universidad… —torció el gesto y se encogió de hombros.
—¡Es… sencillamente… alucinante! —proclamé asombrado—. ¿Qué piensas hacer? ¿Quieres recuperarla? ¿No deberías desactivarla? Si alguien la encuentra y conoce la verdad…
—Tienes razón —asintió con la cabeza—. Vas a ayudarme a secuestrarla.
—¿QUÉ?
El plan fue simple. La ejecución, no tanto. Valda me había dicho que sabía cómo localizar a Dolly por un chip incrustado en su cerebro junto a otros aparatos, así que encontrarla fue fácil. Estaba en una cafetería, acompañada de una pareja de su edad, que conversaban animadamente con ella mientras tomaban chocolate. Bueno, Dolly no lo tomaba.
Valda me había dicho que debía darle un golpe en la cabeza para que los cables se moviesen de sitio y fallase la conexión del microprocesador y las otras partes del cuerpo. De este modo, parecería que Dolly se había desmayado, y yo me ofrecería a llevarla al hospital, pero la llevaría a casa de Valda. Ella no podía realizar esto porque Dolly la reconocería, claro.
Parece de película de ciencia ficción, pero esto es tan real como que llueve hacia abajo. Me hice pasar por camarero y, cuando pasé cerca de su mesa con la bandeja en la mano, llena de copas y tazas (vacías y llenas), la acerqué a su cabeza dándole un buen coscorrón.
Hice el paripé de la preocupación, pidiendo un millón de veces disculpas, y antes de que ningún otro camarero de verdad se acercara a ver el percance, me ofrecí a llevar a Dolly, que estaba medio inconsciente, al hospital. Les aseguré a sus acompañantes que podrían verla pronto.
Me llevé a Dolly en brazos, la metí en mi coche y conduje rumbo a casa de Valda. Ella me estaba esperando en la calle, y me hizo señas para que no bajara del coche. Traía consigo una bolsa grande, la cual, deduje, serviría para meter a Dolly y que nadie viera la cara de la vecina difunta en un cuerpo nuevo. Esa parte de la historia, la más escalofriante y angustiosa, es la que menos me gusta, por supuesto.
Una vez en casa, Valda desactivó a su creación por completo, y cuando reinó la paz en nuestros desbocados corazones, en la casa y en la conciencia de Valda, ambos nos echamos a reír.